Trabajo infantil en México: una promesa incumplida en el país de los olvidados

Mientras el discurso oficial prioriza a los más vulnerables, miles de niños y adolescentes enfrentan jornadas laborales extenuantes para sobrevivir.

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El gobierno actual prometió dar prioridad a los más necesitados, pero la realidad en las calles de México muestra una contradicción dolorosa: niños y adolescentes trabajando largas horas, sin acceso a educación ni a una infancia digna. Las cifras son alarmantes: 3.7 millones de menores, de entre 5 y 17 años, realizan alguna actividad económica, muchas veces en condiciones adversas y fuera de la legalidad.

Historias de esfuerzo prematuro

José tiene 17 años y desde los 14 trabaja en la Central de Abasto de la Ciudad de México cargando hasta 400 kilos de limones por viaje. Su jornada incluye al menos diez recorridos diarios, y todo para apoyar económicamente a su madre. “A veces me gano 500 pesos, pero depende de cuánto cargue”, comenta con resignación.

Jonathan, por su parte, dejó la secundaria en primer grado. Sus jornadas comienzan de madrugada y terminan por la tarde. “Ya no me daba tiempo para las tareas, llegaba muy cansado y me dormía”, relata. La historia se repite con niños como él, atrapados en un ciclo de pobreza donde el trabajo sustituye a la educación.

La infancia robada en cifras y testimonios

Las leyes mexicanas y los tratados internacionales prohíben el trabajo infantil, pero en la práctica, esas normas son ignoradas. Detrás de cada niño que trabaja hay una historia de carencias, de sueños aplazados y de oportunidades perdidas.

Paola, por ejemplo, quedó embarazada a los 15 años. Hoy, con 17, sale a vender cacahuates en compañía de su hijo Axel, de apenas dos años. “No me aceptan en ningún trabajo con mi bebé. Salí a vender para no tener que dejarlo”, cuenta. Sueña con que su hijo estudie, algo que ella no pudo hacer.

Sueños contra la realidad

Pese a las condiciones adversas, estos menores siguen soñando con un futuro mejor: una casa, un carro, estabilidad económica. Sin embargo, sus días transcurren entre pesadas cargas, calles peligrosas y autos que deben sortear para vender algún producto.

Mientras tanto, el discurso de protección a la infancia queda relegado a palabras. En un país donde millones de niños trabajan, las promesas de transformación parecen no haber alcanzado a los más vulnerables.

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